Una tarde dejaron de hablar. Ella giraba la cuchara contra el fondo de la taza de café, arrastrando los restos de azúcar que no se habían disuelto; él, observaba distraido el movimiento mientras ajustaba la correa de su reloj.
El ritual que los había mantenido en contacto durante los últimos meses terminó casi como había comenzado: silenciosamente. Pagaron a medias, como siempre, y recogieron lentamente todo lo que llevaban consigo. Él hizo ademán de abrirle la puerta; ella se lo impidió, adelantándose con una sonrisa a medias en su cara. Sin una palabra, solo con un pequeño gesto de la cabeza, cada uno siguió su ruta habitual hacia casa, perdiéndose entre la multitud.
No volvieron a verse nunca más.
lunes, 21 de julio de 2008
El café
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