martes, 28 de octubre de 2008

La televisión afecta a los ¿niños?

Recuerdo que, durante mi infancia, veía a menudo series donde los protagonistas, ya fuesen dibujos o no, intentaban salvar el mundo. Ellos eran los buenos luchando contra los malos, villanos de miradas crueles y métodos poco ortodoxos. Esos seres perversos, tan fácilmente identificables, eran derrotados y desterrados, devolviendo la paz al pueblo/planeta/universo hasta que apareciese otro ser malvado al que enfrentarse de nuevo.

Era ficción; veíamos la tele, jugábamos a ser héroes y ahí terminaba el cuento. Hoy en día vamos camino de ser incapaces de delimitar la línea que separa el mundo real del imaginario.

Últimamente abundan las olas de justicieros. Todos quieren ser como los héroes de su infancia: vencer a los malos para salvar a los buenos. Enseguida etiquetan al villano, generando movimientos a favor de su linchamiento. Se erigen a sí mismos como defensores de la paz y la verdad absoluta, escribiendo desde sus asientos sobre la decadencia de la justicia y la necesidad de actuar contra la impasividad de la sociedad.

No son niños; si lo fueran, entenderían que la ficción es solo eso, ficción. En la vida real, no todos los villanos son tan perversos ni todos los héroes tan honrados y serviles. La justicia que costó tantos siglos conseguir, estos nuevos defensores de la humanidad la derriban con una facilidad pasmosa, argumentando que el mal debe ser erradicado (cual fiel fanático bíblico) a cualquier precio.

La culpa no es de la televisión, por supuesto; la he utilizado como ejemplo ilustrativo, pero solo es uno más de los muchos que podemos encontrar si observamos un poquito lo que nos rodea.

Somos seres subjetivos, que condenamos sin juicios ni pruebas. A veces, incluso, somos los malos de la película, en lugar del salvador tan idolatrado por las masas.

lunes, 20 de octubre de 2008

Menéame no es una ONG

Esta aseveración se observa de manera recurrente en ciertos comentarios desde hace una temporada. Los usuarios realizan envíos para salvar a niños, mascotas, a personas falsamente condenadas... Si no reciben votos positivos, los que las envían protestan; los que la menean increpan a los que votan negativo por su falta de corazón; los que no estamos de acuerdo con esta clase de meneos explicamos que existen razones muy válidas para mantener nuestra postura.

El origen de la fama:

Menéame comenzó como un lugar al que enviar historias originales, novedades en el mundo de la tecnología o la ciencia, textos que no se podían leer en otras fuentes más habituales. Su buena acogida hizo que se fuese masificando, especialmente gracias a este hecho: poder ver cosas que no aparecen en los diarios de mayor tirada, información relevante, curiosa, o incluso un poco friki.

Una vez que alcanzó esta fama, empezaron a intentar aprovecharse de ella: autobombistas y spammers, karmawhores, lectores de periódicos online... A medida que aumentaba el número de usuarios, la portada de Menéame iba convirtiéndose en una especie de Google de noticias (si no está en Menéame, es que no existe), haciendo que se perdiese parte de su esencia.

El morbo y la sensibilidad del lector:

Teniendo en cuenta estos factores, es fácil de comprender la proliferación de envíos que pretenden lograr "buenas causas". Los objetivos pueden ser muy nobles (realmente quieren ayudar y utilizan esa web como medio para promocionarlas) o menos nobles (esta noticia activará la sensiblería de la gente, llegará a portada y me subirá el karma), pero el resultado puede ser todo lo contrario. Saturar la portada de Menéame con "noticias" para ayudar a desconocidos, campañas de protesta y demás cosas de este tipo solo sirve para que se pierda la fama y la credibilidad conseguida gracias a todo el esfuerzo anterior, que se basó en historias de un tipo muy diferente.

Como último punto, recalcar que existe también una posibilidad aún peor: que todas estas campañas sean bulos, engaños para conseguir dinero, visitas a webs o, simplemente, karma. Eso hace peligrar todavía más la ideología en la que se basó la construcción de Menéame.

Una pena.

 
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