jueves, 29 de octubre de 2009

Planetas iguales, mundos distintos

Onwme y Yewne eran dos planetas gemelos que nunca se veían las caras. Ambos del mismo color, con la misma masa, compartiendo órbita alrededor de su estrella y, aún así, no habían descubierto la existencia el uno del otro hasta que sus dos civilizaciones se hallaban en un estadio muy avanzado. Un observador externo consideraría que eran iguales y no encontraría modo de diferenciarlos a simple vista. Sin embargo, Onwme y Yewne eran totalmente diferentes.

Los habitantes de Onwme mostraban una extraña longevidad. Su vida transcurría lenta y, aparentemente, apacible. Su aspecto era estilizado, sombrío, grisáceo, como si estuviesen cubiertos por una capa invisible de niebla oscura. Las calles permanecían vacías y monótonas mientras los ciudadanos desempeñaban sus quehaceres diarios. No había diversión, solo desánimo. No obstante, en algunos barrios se podía vislumbrar una sonrisa de vez en cuando, arropada por la tranquilidad y estabilidad del entorno.

Yewne era, una vez atravesada la atmósfera, un mundo de colores y ruido. Las calles siempre se llenaban de yewnianos achaparrados, embotijados y risueños que se movían constantemente de un lado a otro, como si sus pies fuesen acelerados por alguna fuerza oculta. Glotones y despistados, disfrutaban de su corta existencia exprimiéndola al máximo. Vivían 20, 25 años como mucho, aunque algunos rumores hablaban de sacerdotes y nigromantes que habían alcanzado los 30, no sin antes realizar tenebrosos e inmorales sacrificios. Las ciudades nunca permanecían iguales durante mucho tiempo; generación tras generación, se dedicaban a modificar cada edificio, cada nombre y cada vía.

El año en el que, por fin, contactaron ambos planetas, se produjo un flujo continuo de habitantes de uno al otro. Todos estaban deseosos de conocer a sus vecinos, de aprender sus costumbres y, sobre todo, de escapar de sus vidas, monótonas o enloquecedoras. La mayoría de los visitantes decidieron quedarse, experimentando pequeños cambios de adaptación a su nuevo ambiente. Los onwmienses emigrados se encorvaron y sus cinturas se ensancharon; se acostumbraron rápidamente al ritmo de su nuevo hogar y su esperanza de vida se redujo drásticamente. Los yewnianos perdieron peso a los pocos meses de establecerse en Onwme, se tranquilizaron y disfrutaron de un pequeño descanso que sirvió para prolongar su corta existencia.

Sin embargo, algunos de los emigrantes comenzaron a echar de menos su hogar, el exceso o la falta de ruido, la vitalidad o la apacibilidad, el color o la sombra, por lo que regresaron a sus mundos con un montón de historias nuevas que contar y toda una vida, larga o corta, para hacerlo.

 
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