miércoles, 23 de julio de 2008

El barrio gris

En aquella calle siempre llovía. No importaba el día, la hora o la época del año: una espesa nube negra permanecía oscilante y rolliza sobre unas pocas casas de aspecto brumoso.

Los viandantes que desconocían la meteorología característica de la zona se mostraban fascinados al verse sorprendidos por el agua repentina. Los vecinos, sin embargo, continuaban su rutina diaria ajenos al desconcierto de los extraños, caminando pausadamente a través de la lluvia incesante.

Cuando un turista se sumergía en aquel barrio, se quedaba todavía más asombrado al alcanzar el límite entre la nube y el cielo abierto. Justo allí, donde terminaba el intenso aguacero, se levantaba una casita blanca, pequeña, con tejado rojizo y puertas de madera, en el borde exacto entre un mundo gris y un paisaje propio de un cuadro impresionista. Aquella casita, tan modesta y tan chiquita, siempre aparecía enmarcada por un espectacular arcoiris.

Los más viejos del lugar dicen que la lluvia existe en ese barrio solo para traer color a sus vidas.

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