Llevaban meses con aquella rutina. Cada viernes, a la misma hora, se veían en el mismo lugar, compartiendo risas, caricias e inquietudes. Los sábados, cena y cine; los domingos, café con los amigos. Durante la semana se enviaban tiernos mensajes y dulces besos, como anticipo a sus fines de semana juntos.
Con el tiempo, las risas disminuyeron, las caricias se volvieron repetitivas y comenzaron los pequeños silencios. Las cenas ya no eran divertidas y el café con los amigos servía de tranquilizadora evasión.
El último viernes que pasaron juntos transcurrió sin reproches ni dramatismo. Ella encendió un cigarro sentada en la cama y dejó que el humo fluyese hasta desvanecerse, observándolo en silencio. Se vistió al terminar y caminaron juntos hasta la salida.
En la calle, tras despedirse, una última frase: nunca hemos bailado.
Sus pasos los alejaron, mientras formaban en su mente la imagen de lo que jamás habían sido capaces de compartir...
domingo, 16 de noviembre de 2008
Nunca hemos bailado
Etiquetas:
Divagaciones,
Relatos,
Sensiblerías
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario